Por Sir Ronald Sanders
En los consejos de la Organización de Estados Americanos (OEA) y al menos de dos de sus instituciones asociadas –la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) y la Corte Interamericana de Derechos Humanos (Corte IDH)– se habla mucho de la importancia de los derechos humanos. Pero las palabras no cuentan con apoyo financiero.
La base de toda sociedad democrática es la dignidad y el valor de la persona humana, que sólo pueden respetarse y mantenerse salvaguardando sus derechos humanos.
Sin embargo, es sorprendente que las dos principales instituciones responsables de proteger estos derechos humanos –instituciones con las que los Estados afirman su compromiso– carezcan irremediablemente de fondos y recursos insuficientes. En consecuencia, luchan por llevar a cabo las tareas críticas que les asignaron los mismos gobiernos que los crearon.
Lo peor es que tanto la CIDH como la Corte IDH dependen ahora de la asistencia financiera de las naciones europeas para cumplir con sus obligaciones para con los pueblos de las Américas. En otras palabras, los países de América, desde Canadá y Estados Unidos en el Norte hasta Argentina en el Sur, con el Caribe en el medio, ahora dependen de los Estados europeos, incluidas las antiguas potencias coloniales, para financiar la protección de los derechos humanos dentro de sus territorios. propia región. Lo inadecuado de esa situación es absurdo.
Pero peor aún, este estado de dependencia plantea serias dudas sobre cuán verdaderamente comprometidos están los gobiernos de los estados miembros de la OEA con la defensa de los derechos humanos en todos los países, incluido el propio. Ya no basta con expresar el apoyo a los derechos humanos en las resoluciones. El compromiso financiero debe ir a la par de la retórica.
El caso de la Corte IDH es instructivo. La Corte fue creada por la Convención Americana sobre Derechos Humanos, que entró en vigor en 1978, y comenzó a funcionar en 1979 desde su sede en Costa Rica. Sin embargo, al igual que la CIDH, la Corte siempre ha tenido dificultades financieras. Ya en 1992, una de sus juezas, Sonia Picado Sotela de Costa Rica, declaró: “La Corte tiene muy poco dinero y uno de estos casos es muy caro”. Continuó afirmando que “el sistema interamericano está en una crisis económica y también en una crisis de credibilidad. Creo que los Estados de la OEA no están en su momento más fuerte”. Desafortunadamente, la situación ha empeorado desde que se hizo esa declaración, ya que muchos gobiernos continúan negándose a proporcionar una financiación adecuada.
Sin embargo, la Corte IDH brinda la máxima protección legal a las víctimas de abusos contra los derechos humanos. Sin una financiación adecuada, la Corte no podrá brindar esa protección, dejando a las víctimas –y víctimas potenciales– expuestas a violaciones. Este no es sólo un riesgo hipotético; es una preocupación real y apremiante para millones de personas en todo el continente americano.
Una encuesta de otros tribunales y órganos arbitrales internacionales de derechos humanos demuestra la enorme disparidad en la financiación. En 2023, la Corte IDH operó con un presupuesto de apenas 7,04 millones de dólares. En comparación, la Corte Europea de Justicia tenía un presupuesto anual de 81 millones de dólares y la Corte Africana de Justicia operaba con aproximadamente 50 millones de dólares. Es alarmante que el 30 por ciento del presupuesto de la Corte IDH sea financiado por países europeos, incluida la Unión Europea.
Ya es hora de que los gobiernos de las Américas, especialmente los más ricos, se pregunten si es aceptable que, después de luchar por la independencia política y económica de las naciones europeas, ahora se contenten con la protección legal de los derechos humanos en su país “soberano”. ¿Se apoyarán a los Estados Unidos con fondos europeos?
Tanto la CIDH como la Corte IDH son instituciones vitales para la protección y el avance de los derechos humanos en las Américas. Ni los gobiernos, ni los partidos políticos ni la sociedad civil deberían estar satisfechos con instituciones débiles de derechos humanos. Los políticos, incluidos los líderes actuales, han dependido de estos organismos para protegerlos de la persecución política. Por ejemplo, el actual presidente de Colombia, Gustavo Petro, reconoce que se benefició de una decisión de 2014 de la CIDH que anuló una prohibición de 15 años que le impedía ocupar cargos públicos.
Para el Caribe, la CIDH y la Corte IDH también brindan importantes vías para la justicia. Si bien los países caribeños tienen acceso a la Corte de Justicia del Caribe (CCJ) y, en algunos casos, al Comité Judicial del Consejo Privado Británico, la CIDH ofrece un mayor margen para la protección de los derechos humanos. Aquellos países caribeños que son signatarios de la Corte IDH también pueden buscar justicia directamente de la Corte. Pero sea o no un país caribeño miembro formal de la Corte, como miembro de la OEA, todavía tiene acceso a la “jurisdicción consultiva” de la Corte, que permite la interpretación de la Convención Americana y otros instrumentos de derechos humanos a petición. de los Estados miembros de la OEA.
Un ejemplo convincente de la importancia del papel de la Corte IDH es el proceso en curso iniciado por Colombia y Chile, en busca de una opinión consultiva sobre los efectos del cambio climático en los derechos humanos. Varios países del Caribe, entre ellos Antigua y Barbuda, San Cristóbal y Nieves, Santa Lucía y San Vicente y las Granadinas, dieron testimonio a través de su organización conjunta, la Comisión para los Pequeños Estados Insulares y el Derecho Internacional (COSIS). Una opinión consultiva favorable de la Corte IDH, basada en una firme opinión ya emitida por el Tribunal Internacional del Derecho del Mar (TIDM), reforzaría significativamente los argumentos legales de los Estados del Caribe que buscan compensación por las pérdidas y daños causados por el mayor barco del mundo. contribuyentes al calentamiento global y al aumento del nivel del mar.
Dada la creciente importancia de tales cuestiones, es profundamente preocupante que estas instituciones vitales, encargadas de defender los derechos humanos de los pueblos de las Américas, queden en situaciones financieras tan precarias. Sin una financiación segura, no pueden planificar el futuro ni gestionar el creciente número de casos, incluidos los relacionados con la justicia climática.
La protección de los derechos humanos en las Américas exige más que discursos y resoluciones; requiere acciones financieras concretas. Los gobiernos deben ir más allá de las declaraciones y asignar los recursos necesarios a estas instituciones. Su compromiso debe demostrarse no sólo con palabras, sino también con su voluntad de invertir en el futuro de los derechos humanos para todos los pueblos de las Américas.